Herbaterapia

Sal de las montañas Guipuzcoanas

La Sal de Leintz (Gatzaga-Guipuzcoa), conocida históricamente como una de las fuentes más preciadas de sal en el País Vasco, encierra un legado lleno de tradición, historia y un toque de misterio.

Brota de los estratos del interior de la montaña a través de unos manantiales virgenes y con una historia controvertida, donde las mujeres fueron las progonistas de esta sal, gracias a su duro trabajo, pese a que se las quitaron por los beneficios que daban en aquella época y que posteriormente pudieron recuperar sellando el legado para que nunca más pudiese suceder algo así.

No se sabe en qué momento el hombre se dio cuenta de esta fuente que arrojaba agua salada y tampoco se sabe cuándo aprendió a aprovecharse de las características de la sal, pero, gracias a los restos arqueológicos hallados junto a la fuente -una moneda de época ibérica, restos cerámicos romanos, cristales a base de sal, trozos de leña… – Se conoce que se explotaba en la Edad de Hierro.

Según un documento del siglo XVI, en aquella época la salina contaba con un pozo, hoy manantiales, en el que se recogía agua salada y 8 casas -dorlas-.

Las dorlas eran unas bandejas de cobre, en aquella época, donde se depositaban el agua que era calentada sobre montones de leña que recolectaban en los bosques de los valles. Estas bandejas daban el nombre a las casas que las guardaban, y sobre las que se vertía el agua salada. El calor que producía la madera colocada debajo de las dorlas permitía que el agua se evaporase y quedara la sal. La producción sólo estaba en marcha de julio a diciembre. Como el resto del año llovía mucho, la cantidad de sal del agua se reducía bastante y la explotación no era rentable. En esos «meses vacacionales» era la época de recogida de leña en los bosques poblados más densos de la zona. Hoy ese barrio se ha adoptado el nombre de Dorla.

Un relato, titulado susurro de sal, cuenta que

En el corazón del valle de Leintz, donde el aire huele a historia y las montañas guardan secretos antiguos, yace la fuente de sal que durante siglos sostuvo a todo un pueblo. Los habitantes decían que el agua salada que brotaba de la tierra no era un capricho de la naturaleza, sino un regalo de Mari, la diosa vasca que habitaba en las entrañas del monte Anboto.

Cada mañana, cuando aún no despuntaba el sol, los salineros descendían por los estrechos caminos de piedra hasta las eras de sal. Allí, con manos curtidas por el trabajo y el frío, recogían el oro blanco que la tierra les ofrecía. La sal de Leintz no era una sal cualquiera. Tenía un brillo peculiar y un sabor profundo que parecía guardar en su esencia las tormentas del mar lejano y la calma de las montañas.

Ane, una joven del pueblo, siempre escuchaba a su abuela hablar de los tiempos antiguos, cuando la sal no solo servía para conservar alimentos, sino también para proteger a los hogares de malos espíritus. “Cada grano lleva una historia”, le decía la anciana mientras esparcía un puñado junto a la puerta de su casa. Ane no sabía si creerle, pero cada vez que pasaba cerca de las eras de sal sentía algo extraño, como si el aire susurrara palabras en un idioma antiguo que no lograba entender.

Una noche, intrigada por el misterio que rodeaba la sal de Leintz, Ane decidió bajar sola hasta la fuente. Bajo la luz de la luna, el agua salada brillaba como un manto de estrellas caídas. De repente, un viento helado recorrió el valle, y una voz suave, como el murmullo de una corriente subterránea, la llamó por su nombre.

—Ane… Ane… No temas.

La joven dio un paso atrás, pero algo en aquella voz la tranquilizó. Entonces, del centro de la fuente emergió una figura etérea, una mujer de largos cabellos plateados que parecía hecha de agua y sal.

—Soy la guardiana de esta fuente, hija de Mari y protectora de estas tierras —dijo la figura con una voz que parecía resonar en cada piedra del valle—. La sal de Leintz es más que un recurso. Es la esencia de la vida y la memoria de este lugar. Pero su poder debe ser respetado.

Ane, fascinada y asustada a la vez, asintió en silencio. La guardiana le entregó un pequeño cristal de sal que brillaba con una luz interna.

—Guárdalo bien. Te recordará siempre que la tierra y el agua están vivas, y que el respeto por la naturaleza es el secreto para que las fuentes nunca se sequen.

Desde aquella noche, Ane se convirtió en la protectora de la sal de Leintz. Enseñaba a los demás a recogerla con cuidado, a usar solo lo necesario y a escuchar el susurro del valle, que, según ella, aún cantaba en las noches claras. La sal de Leintz siguió alimentando a generaciones, pero quienes pasaban cerca de la fuente decían que, a veces, cuando todo estaba en calma, podían escuchar una voz suave que les recordaba que la tierra, cuando es cuidada con amor, siempre devuelve lo mejor de sí misma.


Así, la sal de Leintz siguió siendo no solo un recurso valioso, sino también un símbolo de conexión con la tierra, con el pasado y con el misterio eterno que habita en el corazón de la naturaleza.

La sal la podéis encontrar en la tienda del herbolario

Si queréis ir a visitar este maravilloso lugar visitar a Aitor es el hombre que ha recuperado este tesoro, hasta hace poco escondido

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